El ser humano, por naturaleza, es gregario. Tiene la necesidad de vivir con otros, en grupo, en comunidad. Es una tendencia que lo acompaña a lo largo de su historia. Ante sus debilidades físicas, lo más conveniente e inteligente para su supervivencia es unirse a otros. Con esto, pueden intercambiar deseos, necesidades y lograr propósitos comunes que le permite ser más fuertes como colectivo social. Esta realidad los obliga a buscar coordinación, orden u organización. En tal sentido, para asegurar medianos acuerdos en las múltiples opiniones, objetivos e intereses que pueden existir entre los diversos individuos que conforman los distintos grupos que conviven debe surgir un órgano superior. Este es la sociedad. Sin embargo, esa creación humana, a pesar de todas sus reglas y normas, tácitas y expresas, es insuficiente porque cabe la posibilidad de dominio por parte de los sujetos más fuertes sobre los menos. Entonces, en respuesta, surge la idea de los Estados y con ello la conformación de los gobiernos, quienes, a través de una especie de contrato social, acumulan, monopolizan y ejercen la fuerza por decisión colectiva en beneficio de la mayoría.