Los emprendedores, que a través de su acción dan vida a los distintos emprendimientos que alimentan el aparato productivo de una economía, son cada vez más relevantes para el desarrollo y crecimiento de cualquier país. Gracias a ellos, cuando tienen éxito, se generan nuevas fuentes de empleo, se incrementa la riqueza y la producción, se atienden necesidades, se resuelven problemas y se mejora en forma agregada la calidad de vida de la sociedad. Por tanto, es imprescindible prestarle atención, ofrecerle un entorno propicio para que asuman riesgos y crearle las condiciones para incentivarlos a llevar a cabo lo que mejor hacen: desarrollar oportunidades de negocio que benefician a todos.
Un emprendedor en principio es todo aquel individuo que asume el riesgo de formar un negocio, de formar una empresa (Amaru, 2008; Longenecker, Moore, Petty y Palich, 2007). Asimismo, señala Amaru (2008) que el término emprendedor proviene del latín “imprendere”, que implica “tomar decisiones para lleva a cabo una tarea difícil o que requiere de mucha labor”. En francés el término que corresponde es “entrepreneur” y en inglés se expresa como “entrepreneurship”. Ambos se asocian a un comportamiento clave que se conoce como “espíritu emprendedor”. Este busca explicar esa fuerza que muestra cada emprendedor para asumir riesgos, movilizar recursos y conformar iniciativas comerciales que le permita llevar a la realidad ideas para aprovechar las oportunidades percibidas del mercado. En definitiva, como lo indica Longenecker et al (2007), un emprendedor es aquel que constata las necesidades que subyacen en su entorno y decide crear un nuevo emprendimiento para satisfacerlas.