Para que un sistema económico pueda funcionar requiere de instituciones que la respalden. Una de esas instituciones es el dinero. Para que existan los intercambios entre los distintos agentes económicos que confluyen en un mercado se requiere de algún símbolo de aceptación general que haga posible el traspaso de propiedad de los diferentes bienes y servicios que se comercializa en él. El símbolo por excelencia que intermedia entre los que compran y los que venden es el dinero en sus diferentes formas, bien sea monedas, papel monedas o billetes o más modernamente dinero virtual o digital. Este último se caracteriza por ser un asiento contable de traspaso entre cuenta que se hace por medio de los bancos en los que se encuentra depositados los fondos financieros.
Ahora bien, para que el uso del dinero tenga sentido debe existir cierto grado de estabilidad económica en el mercado, adecuados niveles de confianza en las autoridades encargadas de la economía y de alguna manera aceptable certidumbre de lo que ocurre o puede suceder en ese mercado en el futuro próximo. En caso contrario, el dinero tiene la propensión de perder ciertas cualidades que justifican su uso de forma general. Cuando existen episodios de inflación, o peor aún, hiperinflación como en Venezuela el manejo del dinero doméstico pierde sentido debido a que el mismo se encuentra sujeto a factores que destruyen su capacidad de respuesta ante los agentes económicos que lo deben utilizar para sus transacciones.
Como
se debe recordar el dinero cumple básicamente tres funciones en una economía.
En primer lugar debe ser un medio de pago o de cambio, un mecanismo de depósito
de valor y servir como unidad de cuenta. La primera función es la más común e
intuitiva. Para obtener algún bien o servicio se entrega cierta cantidad de
dinero que representa el valor que las partes aceptan por el mismo. Como depósito
de valor, se espera que el dinero tenga la capacidad de comprar aproximadamente
los mismos bienes y servicios a lo largo de un tiempo razonable. Ello significa
que mantenga su capacidad de intercambio con el transcurrir del tiempo, lo que
implica que sirva para comprar las mismas cosas hoy o posteriormente cuando se
tenga la necesidad. Como unidad de cuenta, permite asignar valores especifico a
los distintos bienes y servicios que se transan en el mercado. Es un mecanismo
de medición en el cual los precios o valores de los bienes o servicios se
establecen en función al valor del propio dinero.
Ahora
bien, las distintas funciones del dinero dependen de que la economía en el cual
se utiliza tenga cierto grado de estabilidad de precios. Es decir, que posea
una inflación bajo relativo control, por lo cual la velocidad del incremento de
los precios sea baja. Ello es, por ejemplo, que un producto tenga un precio hoy
y que en el futuro próximo mantenga un valor de compra similar. En caso
contrario, cuando la inflación es elevada de forma consistente los
desequilibrios que ello origina afectan de forma directa al dinero como
herramienta de intercambio.
La
inflación reduce el valor de la unidad monetaria; cuando se incrementa el nivel
de precios se requiere más dinero para comprar la misma cantidad de bienes y
servicios. Con ello el dinero pierde su capacidad de ser reserva de valor,
debido a que lo hoy puedes adquirir mañana será imposible porque será mucho más costoso. De igual forma con una inflación elevada el dinero carece de la
posibilidad de ser una unidad de cuenta. A medida que se incrementa la
velocidad del ajuste general de los precios de los bienes y servicios es muchos
más difícil que el dinero permita ser un medio eficiente de asignación del valor
de los mismos. Adicionalmente, la inestabilidad de precios afecta la propia
capacidad de pago del dinero. Para obtener un determinado bien o servicios se
necesitará cada vez más cantidad de dinero. Toda esta situación hace que el
dinero doméstico de una economía inflacionaria pierda su razón de existir y los
agentes económicos busquen medios alternativos que les permita mantener su dinámica
de intercambios. Ellos tratarán de defender sus intereses y su propia riqueza. Ese
sentido, ellos recurrirán a algún tipo distinto de dinero que presente mayor fortaleza
y les genere la confianza que ya la moneda local perdió. Casi siempre será
alguna moneda extranjera, respaldada por economías fuertes. En este caso el
dinero bueno sustituye al malo.
Todo
lo anterior se agrava cuando la inflación pasa de ser alta a crónica y peor aún
a incontrolada, como cuando existe hiperinflación. Esta última es un tipo de
desequilibrio económico agudo en la cual los precios se incrementan a una tasa mensual
igual o superior del 50 %. En este escenario tener dinero doméstico pierde
sentido económico. Tienes cierta cantidad de recursos financieros para comprar
algo hoy, pero es seguro que con esa misma cantidad mañana solo puedas adquirir
mucho menos de lo que era posible. Se pierde capacidad de compra de una forma
muy acelerada, lo cual se traduce en un empobrecimiento de quien maneja dinero
de esa economía hiperinflacionaria. En este escenario la premisa de contar con
dinero fuerte se hace más que evidente. Ocurre aquí de forma paulatina una sustitución
de facto de la moneda local por la extranjera, más allá de cualquier intento de
las autoridades económicas de evitar dicho proceso.
La hiperinflación en Venezuela comenzó
en noviembre de año 2017. Ella se mantiene hasta la fecha, sin que las
autoridades hayan tomado cartas en el asunto, a pesar de sus terribles efectos.
Dentro las consecuencias más perversas se encuentran el incremento descomunal del
precio de los bienes y servicios que se comercializan en la economía venezolana.
El aumento de los precios ocurre de forma indiscriminada, a una velocidad
asombrosa, tanto que pocos agentes económicos tienen la suficiente capacidad
para ajustarse a ello de forma eficiente. Esa realidad afecta al dinero
venezolano, el bolívar, cuya pérdida de capacidad de compra es tal que muchos
optan por deshacerse de él lo más pronto posible. Casi nadie desea tener dinero
local en su bolsillo, debido a que significa que en poco tiempo tendrá escasa posibilidad
de usarlo para adquirir algo. Es por ello que si por alguna razón reciben bolívares, de forma inmediata buscarán convertirlo en algún activo físico o
financiero. Existe un notable menosprecio por el bolívar que contrasta con el
tremendo deseo de contar con dólares americanos. Tanto así que ya en Venezuela
se habla de una supuesta dolarización de la economía.
Para muchos la economía venezolana se
encuentra en una etapa de dolarización de facto. Es decir, el uso del dólar
como mecanismo de pago se observa desde el comerciante informal hasta las más
importantes tiendas del país. Es común ir por la calle y escuchar a grito vivo
que tal o cual producto cuesta "un dólar" o "todo a cinco
dólares, aproveche la oferta". Profesionales independientes como
albañiles, jardineros, médicos o contadores, por ejemplo, casi todos quieren
sus honorarios en dólares.
Ello
es lógico debido a que la hiperinflación que vive Venezuela acabó con las
principales funciones del bolívar como dinero, por lo cual se desprecia como
medio de preservación de valor y como unidad de cuenta. Tal vez se utilice para
pagar algunas pocas cosas que requieren efectivo, como el transporte público,
por ejemplo. Tener unos ingresos en bolívares significa que al poco tiempo de
recibirlo el mismo pierde poder adquisitivo. Siendo así, los agentes económicos
buscan activos reales o financieros que eviten ser víctima de esta pérdida. En
este caso el dólar es una opción válida y de aceptación general.
Sin
embargo, ocurre un fenómeno que limita el proceso de dolarización y es que
buena parte de la población aún percibe ingresos en bolívares. Especialmente
empleados públicos y pensionados, que son una cantidad enorme de personas, que
se encuentran al margen de la economía que utiliza el dólar como medio de
intercambio. Ello crea una tremenda distorsión que el propio gobierno es
incapaz de corregir debido a que carece de los recursos financieros necesarios
para atender la demanda o para pagar su nómina de trabajadores con dólares. Es
imposible que el gobierno como patrono pueda contar con los dólares suficientes
para pagar su nómina en dólares a un nivel aceptable. Si tomase esa medida sus
salarios serían muy por debajo, en promedio, a los US$.10 mensual. Nivel que
inferior a la cesta básica que se estima en aproximadamente US$.200 mensual.
Todo un drama social que parece continuará por algún tiempo.
El gobierno como garante y quien, de
ser parte de una política económica, debe aprobar e impulsar el proceso de
dolarización carece de los recursos necesarios. Para dolarizar realmente este
debe comenzar a pagar a sus trabajadores en divisa para que puedan ser parte de
la demanda agregada de la economía. Sin embargo, para el gobierno como se
comentó con anterioridad esto es imposible. Su capacidad de generar recursos en divisa mermó de un modo tal que son pocos los dólares con los que cuenta para
su funcionamiento. Ello producto de la caída estrepitosa de la producción
petrolera que ocurre desde hace varios años. Esto aunado a las sanciones
impuestas por el gobierno norteamericano que limita al gobierno venezolano al
acceso de recursos internacionales.
Asimismo, para que pueda ocurrir una
formalización del uso del dólar como moneda corriente en Venezuela el gobierno
de este país debe entrar en negociaciones y acuerdo con las autoridades
financieras de Estados Unidos, quienes le deben suministrar los dólares que
necesitaría para que circularan en la economía venezolana. En este momento esa
posibilidad luce bastante improbable en el marco de las sanciones que afectan
al país.
De igual forma, la dolarización por
parte del gobierno exige del mismo asumir un conjunto de medidas económicas que
hagan que ella tienda a los equilibrios y de alguna manera logre la
estabilización de los principales indicadores económicos. Esto también luce
poco probable de forma inmediata en el marco de la ideología de los políticos que
hoy gobiernan a Venezuela. Todo ello debido a que sin que se tomen las acciones
económicas previas cualquier dolarización estaría condenado al fracaso, puesto
que ese proceso se enfrentaría a los mismos desequilibrios que acabaron con el
bolívar.
Por tanto, la dolarización de facto que
ocurre en el país tiende a ser una burbuja que tarde o temprano se va a romper,
lo cual acrecentará aún más la crisis que resiente el venezolano común. Los
dólares que circulan en el país son los que se reciben vía remesas y
probablemente de organizaciones que actúan al margen de la ley y aprovechan la
oportunidad para legalizar esos dólares en una economía tan necesitada de
divisas.
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