Imagínese un país que
en siete años su producción de bienes y servicios total haya caído en casi un
74%. Es decir, que la población de ese país es mucho más pobre en cuanto a la
existencia de riqueza material en ese nivel porcentual. Se pudiera pensar de inmediato
que ello debe ser producto de una sangrienta guerra externa con algún poderoso
adversario o los aliados de estos. O tal vez, sea el resultado de una continua
guerra civil de dimensiones colosales, en la cual los contrincantes buscan la
destrucción total. En todo caso, usted pensaría en algunos de los sucesos más
trágicos, conmovedores e increíbles que pudiera ocurrir en una economía para
mostrar tales niveles de destrucción. Pero seguramente, quedaría aún más
sorprendido al constatar que nada de esos hechos explican semejante resultados
y son más bien acciones de gestión políticas que causaron semejante caída.
Venezuela desde el año 2013 hasta el 2019, mostraba una caída
del PIB superior al 70%, destrucción que pudiera llegar a ser superior al 74%
si la caída de ese indicador al cierre del 2020 se proyecta en un 30%. Este
último resultado pareciera posible suceder si se tiene en cuenta el nefasto
impacto que posee la pandemia del Covid-19 en las economías del planeta. Muchas
economías que se consideran sólidas señalan que caerán al cierre del año 2020.
Tal es el caso, que durante el segundo trimestre del año 2020 en promedio los
países del G20 tuvieron un PIB negativo en un 6,9%. Vale decir que el G20
representa a las 20 economías más desarrolladas del planeta. Imagínese la
venezolana que posee serios problemas estructurales como la híper inflación,
caída de la producción y venta de su principal producto de exportación como lo
es el petróleo, graves situación política interna, mega devaluaciones, entre
otros desequilibrios.