Venezuela exhibe una deuda pública sustancial si se compara con su Producto Interno Bruto (PIB). La deuda venezolana es el conjunto de pasivos tanto de la República como de Pdvsa, que el Estado asume como parte de su responsabilidad de pago. Se estima que al cierre del año 2019 la deuda total del país con respecto a su PIB fue de más del 140%. Al finalizar ese periodo la deuda se contabilizaba superior a los US$.150 millardos, mientras el que PIB se estimó en US$.62 millardos. Por su parte, el endeudamiento per cápita actualmente es de US$.5.003,00. Es decir, cada habitante del país, sin importar su edad, ni su participación en el hecho económico adeuda un monto significativo que en muchos casos no le ha beneficiado en nada.
Según lo afirmaba el diputado de la Asamblea Nacional venezolana José
Guerra, al cierre del año 1999, cuando asumió el poder Hugo Chávez, la deuda de
Venezuela era de aproximadamente 30 millardo de dólares, por lo que al compararse
con la cifra actual significa un crecimiento de la deuda en época de revolución
de más del 400%. Lo interesante en este caso es que la mayor parte de ese
endeudamiento poco sirvió para apuntarla el crecimiento y desarrollo económico
del país, según se evalúa los resultados de la Venezuela actual. Muchos de esos
recursos se utilizaron para financiar gasto social y muy poco para inversión de
capital, que hubiese asegurado el fortalecimiento del país en cuanto a su
infraestructura y su aparato productivo. Buena parte del gasto social, de cuyo
rastro queda muy poco, fue utilizado con fines político-partidista, con carácter
evidentemente populista. Recursos que se utilizaron para pagar misiones, bonos
sociales y financiar el consumo exacerbado de buena parte de la población, sin
la debida contrapartida del lado de la oferta nacional, más allá de la inmensa
cantidad de recursos que se usaron para incentivar las importaciones
improductivas, solo posible con un precio de petróleo elevado, que en muchos
años superó los US$80,00 por barril. Una verdadera fiesta de despilfarro en
época de bonanzas, que luego tocó asumir con una profunda crisis económica.
A lo antes dicho se debe agregar que una cantidad importante de los recursos que se obtuvieron por esa deuda pública sirvió para financiar buena parte de la fuga de capital de país. Ello a pesar de existir un prolongado control de cambio que desde el año 2003 ha estado presente. Mucha de esa deuda fue a parar en las importaciones necesarias para atender una demanda agregada cada más creciente. Todo potenciado por un aparato productivo incapaz de generar los bienes y servicios necesarios para responder a ese exceso de consumo. Sector oferente que veía como por medio de las importaciones en condiciones especiales se atendía el mercado nacional, dejando de lado la producción nacional. Que además era impactada por férreos controles de precios, de distribución, de ganancia y otros tanto. Que al final hacían muy difícil hacer negocios en Venezuela.
Esa deuda contraída por los gobiernos de la revolución socialista, o “Socialismo del Siglo XXI” como frecuentemente se autodenominan, tiene un peso fundamental en la Venezuela actual y la tendrá en el futuro. Hoy el país, producto de su crisis económica, es incapaz de responder por sus obligaciones financieras. Carece de la posibilidad real de generar el flujo de caja necesario para poder pagar los vencimientos de la deuda y menos sus intereses. Ello ha obligado al gobierno a declarar “default” en muchas de las acreencias vencidas, lo cual afecta la imagen internacional del país desde el punto de vista financiero. Todo esto le dificulta a Venezuela a acceder a los mercados internacionales para obtener nuevos recursos. Más allá de las sanciones impuesta al país, es indudable que sin esa variable, también le seria cuesta arriba al gobierno venezolano tener financiamiento externo en condiciones favorable. Actualmente esta nación muestra un riesgo financiero (riesgo país) muy elevado, por lo que cualquier tipo de préstamos sería sumamente costoso con garantía muy difícil de ofrecer.
Ante la tremenda
crisis que vive Venezuela, que se manifiesta en una depresión económica que
tiene más de seis años afectándola, contar con recursos financieros es fundamental
para su posible recuperación. Es imprescindible nuevas inversiones y más
endeudamiento por paradójico que parezca. La recuperación y el posterior
crecimiento y desarrollo económico exige ingente cantidad de dinero fresco que
solo se puede obtener en los mercados internacionales. Sin embargo, bajo el actual
perfil financiero del país es casi imposible obtener esos fondos. Se necesita
de un cambio profundo en la política venezolano, lo cual parece no vislumbrarse
en el futuro cercano.
La deuda pública que
los gobiernos de la revolución asumieron de forma ineficiente e irresponsable
tiene perverso efecto sobre la presente generación y peor aún la futura. Una
deuda per cápita de US$.5.003 significa que muchos venezolanos sin tener arte
ni parte en esa vorágine de dinero deben sacrificar buena parte de su bienestar
para contribuir con el pago de unas acreencias que al final no arrojaron ningún
beneficio tangible al país. Atrás quedaron los días de consumos exacerbados, viajes,
cupos, gastos suntuarios y la sensación de ser un país rico, o peor, un país de
gente rica. Hoy el venezolano observa cómo su nivel de vida retrocede
aceleradamente. En resumen, Venezuela adeuda cada vez más, pero sus habitantes
viven cada día peor. Le tocará a los niños y jóvenes de hoy pagar lo que sus padres
hicieron o dejaron de hacer por su país.
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